Te intentas levantar, como todos los días, sientes la pesadez de la depresión en el primer instante que abres los ojos. Te mueves por la casa como una cáscara vacía, te cuesta pensar, no te sientes bien. Empiezas a comer y por alguna razón eso te provoca un ataque de ansiedad. Intentas controlarlo, a veces funciona, a veces no. Terminas de comer masticando más de lo acostumbrado mientras te tiembla el cuerpo. Quieres explicarle a tu amiga por qué tardaste tanto en avisar que estabas lista, si lo único que tenías que hacer era vestirte y comer un sándwich. No le explicas nada. Caminas disfrutando de una conversación unilateral porque no te da la cabeza para expresar nada. Te agotas, vuelves a casa. Estás exageradamente aburrida y al mismo tiempo incapaz de focalizarte en algo. Es el final del día y te sorprende la sensación de un posible segundo ataque de ansiedad. No puedes más, por suerte no ocurrió nada. Solo queda dormir y no puedes. Sabes que no tienes que ver la pantalla pero lo haces porque te aburres y porque no tienes sueño. La dejas de a ratos. Te fuerzas a dormir. Luego de unas horas, te duermes y te levantas a las dos horas. Vuelves a dormirte luego de una hora y media, te vuelves a levantar 3 horas más tarde. Cuando finalmente es hora de comenzar el día, te entra sueño de verdad. Pero si te duermes, te despertarás cuando no haya sol y necesitas tomar sol. Decides ponerte una alarma para despertarte dentro de 2 o 3 horas. Te duermes, te despierta el despertador y te late el corazón como si hubieras corrido un 100 km. Tomas sol, comes algo y soportas el sueño para que al llegar la noche, te duermas temprano, pero no sucede. Y así, hasta que algo suceda.
Nadie ve esto. Solo ven que haces poco o nada, que duermes todo el día. Que te distraes fácil. Que llegas tarde. Que pones excusas para no estudiar o trabajar.
En fin, la hipotenusa.
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